୧ CLXI ୨

—¡Nora! Empieza a comer —dije, ya con un tono más firme de lo que pretendía.

Él ni siquiera se movió.

Permaneció sentado frente a la mesa, con la mirada fija en algún punto invisible, los codos apoyados en las rodillas y los dedos entrelazados como si cargara el peso del mundo en ellos.

Ni un gesto, ni una palabra. Solo ese silencio obstinado que me exasperaba y me rompía el corazón a partes iguales.

Suspiré, sintiendo cómo la paciencia se me agotaba poco a poco.

Ya habíamos pasado por esto tantas veces…

Desde que Nuriel había caído en ese sueño profundo, Nora se había negado a hacer otra cosa que no fuera vigilarla o trabajar en alguna nueva fórmula, un nuevo remedio, un nuevo milagro. Y en el proceso, había dejado de comer, de dormir… de vivir.

Lo veía todos los días tomar apenas un pedazo de pan o un poco de fruta antes de volver a encerrarse entre frascos, pergaminos y el fantasma del fraca
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