8

No llegamos a más porque no podía mover ni el brazo del dolor. Diego cogió pronto el sueño, se durmió ocupando gran parte de la cama y a mi me costó un poco más. Todavía era pura adrenalina y sentimientos, y que la cama era una mierda.

Cuando me desperté por la mañana Diego estaba sentado a pies de la cama, fumando, la habitación olería más a hierba tras nuestra estancia pero eso sería lo de menos porque el suelo y parte de la colcha estaban llenos de sangre.

—Tenemos que irnos —dijo.

Le había escuchado pero me arrastré por la cama a su lado.

—¿Cómo te encuentras?

—¿Y tú?

Cuando me miró, la intensidad de sus ojos me robó el aire y solo pude asentir. ¿Asentir? Yo estaba bien, sí, pero hacía tan solo horas estaba muerta de miedo.

—Bien, supongo.

Levantó el brazo bueno y sus dedos me tocaron la cara bajo los ojos quitándome rastros de maquillaje. Era raro que me tocara así, tan delicado, ¿es que me quería volver loca?

—Estás hecha un desastre.

—Tu también, y apestas a marihuana.

No había
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