Capítulo 3.
Cena de celebración. Casi dos años se cumplen desde que Máximo pisó la mansión Fernier por última vez, el heredero mayor de la familia por ser varón, un descendiente imponente que causa terror ante las personas que lo ven llegar. El consentido de la monarca ha regresado a la mansión donde estuvo cautivo durante su juventud, sujeto a las leyes de una madrastra y un padre déspota e inmoral, que solo se afina a él por el poder que representa ante el liderazgo y la herencia familiar. En el salón, todos los sirvientes se reúnen en la entrada, mujeres de un lado y hombres del otro, para presentar sus respetos ante el heredero más esperado de la noche. —¡Bienvenido, señor y señorita Fernier! La bienvenida viene acompañada de una cortés reverencia, mientras Máximo, con cortesía, hace una leve inclinación en forma de respeto, siendo el único que presenta tal formalidad ante los sirvientes que lo adoran, por ser el único heredero al que la fama y el poder no se le suben a la cabeza, llevando siempre esa cualidad y humildad que lo caracteriza por no despreciar e ignorar a las personas de rango inferior. En el salón, ya todos los esperan. Máximo se aproxima rápidamente, siendo abordado por el mayordomo que lo ayuda con su abrigo y el de su pequeña Cristal, mientras que Máximo analiza a todos los presentes. En el medio del salón, su abuela, quien ya lo espera ansiosa; a su izquierda, su padre, junto a su despreciable madrastra; junto a ellos, sus dos hijas junto a sus esposos e hijas; y del otro lado, a su mano izquierda, el bisnieto de la familia, Fernando, junto a su esposa, Kaitlyn, quien esta noche en particular luce deslumbrante. Su belleza e inocencia destacan ante todos, intentando reprimir cada emoción que reflejan sus gestos. —Buenas noches —anuncia por fin Máximo, acaparando la atención—. Feliz 80 cumpleaños, abuela. Máximo toma su mano y le da un beso suave. —Bienvenido, mi niño, gracias por estar aquí presente. Sé que las cosas no han estado bien para ti, lamento que hayas tenido que lidiar con todo esto solo; solo espero que todo mejore pronto. —Así será, abuela, no te preocupes. Vuelve a besar su mano en forma de respeto. —Déjame verla, quiero ver a mi bisnieta. La pequeña Cristal, de manera defensiva, se aferra al pantalón de su padre, empuñando la tela temblorosa, mientras intenta ocultarse de la vista de todos. —Ven, cariño, ella es la abuela, solo quiere saludarte. —La carga Máximo. —No quiero, no me dejes, papito. La monarca se levanta; todos creen que se va a incomodar, pero al contrario, azota su bastón sobre el suelo y rápidamente traen para Cristal un peluche de felpa y se lo aproximan. —Mira aquí, mi pequeña Cristal, mira el regalo que la abuela tiene para ti. La pequeña la mira inocente; para ella todos los presentes son unos desconocidos. Sin embargo, entre los presentes, ella refleja una mirada que llama la atención de la monarca, al ver en dirección de la pequeña. —Cristal, ¿recuerdas a Kaitlyn? Al mencionarla, todos miran en dirección de Kaitlyn, quien siente el fuerte apretón en su mano; Fernando le manda señales para que no haga nada estúpido. Kaitlyn a su vez le sonríe a la pequeña, quien le corresponde con una ligera y poco notable sonrisa. —Ven, querida, ayúdame con este pesado peluche. —Kaitlyn pasa saliva, está siendo el centro de atención, y es algo extraño para ella. Al ver la situación, Fernando no puede hacer más que soltarla; ella camina hacia la monarca tomando el juguete y se aproxima lentamente. —Hola, Cristal, ¿me recuerdas? —La pequeña no habla, solo la mira, analizándola, de la misma manera que Máximo lo hace ante la escena. —Mira el regalo que trajo la abuela, ¿no te parece que es muy bonito? —La pequeña asiente. —¿Lo quieres? Mira, canta. —Kaitlyn presiona un botón y la pequeña levanta por fin su cabeza del pecho de su padre; acaba de obtener su atención. —Toma, es para ti. —Se lo entrega y la niña por fin logra sonreír. —Gracias, es muy bonito. —Eso es… —Al ver a la monarca tan feliz, todos se emocionan; Kaitlyn siente nuevamente el apretón en su cintura y retrocede, sin dejar de sonreír ante la pequeña que ahora comparte activa interacción con la monarca. El rechinar de las copas, las personas hablando entre sí animan el ambiente por completo. Fernando aproxima a Kaitlyn hacia su madre para iniciar una conversación, mientras que el resto está enfocado en diferentes temas de conversación. —Señora Jazmín, ¿cómo está? —pregunta Kaitly, feliz de verla. —Feliz de tenerlos aquí. —Hijo. —La mujer abraza a Fernando con emoción.—Los extrañé. —Nosotros a ti, madre. —Esta velada será maravillosa, la felicidad nos brilla nuevamente. Después de la trágica muerte de Cristina, pensábamos que nuestro tío no se iba a recuperar, pero aquí está y todo empieza a ser como antes. Vengan, vamos a saludar. La mujer se mueve, siendo detenida por Kaitlyn. —Disculpe, suegra, quisiera ir al baño primero —recalca. —Sí, está bien, querida, ve, aquí te esperamos. Kaitlyn se aleja de todos, observando el hermoso ambiente familiar y el reencuentro de su esposo con su tío, intentando llamar su atención como de costumbre. En cuanto Kaitlyn llega al baño, de inmediato presencia una escena un poco incómoda, de la Nana y Cristal, un forcejeo desconcertante que la anima a intervenir. —No, no es así como quiero cepillar mi cabello, lo quiero suelto —exclama con reproches la niña. —Pero, querida, tu peinado es muy bonito. —No, no me gusta, no me gusta. —Te dará calor. —Replica la Nana tratando de manejar la situación. Ante la escena, Kaitlyn se aproxima a Cristal, capturando su atención en cuanto ambas se ven. —Hola, ¿puedo ayudar? —pregunta con voz dulce a la pequeña que solo la mira en silencio—. Mira lo que tengo. —Señala la liga en su mano. —¿Una coleta? —pregunta la pequeña irritada. —Te ayudará a recoger tu cabello en una cola de caballo. —¿Sin ganchitos? —pregunta tímida. —Sin ganchitos, tendrás un peinado como el mío, ¿ves? —Ella le enseña su moño alto—. Es un moño alto, que deja mi cabello suelto atrás, así no tendré calor con los abrigos que nos dará la abuela Carmen. —¿También te da calor? —pregunta curiosa la pequeña al ver el largo cabello de Kaitly. —Así es, mucho. ¿Te gustaría que te ayude? —La pequeña de tres años duda. —Te prometo que te verás hermosa, no ocultaremos tu melena, sin ganchos y sin trenzas, suelto como lo usaba tu mami cuando tenía calor; ella también se ponía una coleta como la mía y lucía muy hermosa. —¿Mi mami? —Sí, tu mami era la más hermosa de todas, así como tú. La pequeña sonríe ligeramente y la enfoca con nostalgia. —Ok, quiero ser como mami. —La niña se acerca a ella y le permite tocarla, lo que sorprende a la nana. —Qué hermoso es tu cabello, parece dorado. —Es hermoso como el de mamá. —Así es, muy hermosa como tu mamá. —Con los ojos de papá —exclama orgullosa, dejándose cepillar el cabello con tranquilidad. —Así es, con el color de ojos de papá. Mira, ya está. —La levanta para que se vea al espejo. —¡Genial! Ahora me veo como tú. —Kaitlyn sonríe ligeramente. —Así es, estás bellísima. —Cristal, volvamos, la abuela quiere tomarse fotografías. —Ok… —responde a su Nana, volteando a ver a Kaitlyn antes de irse. —Gracias… —le dice la pequeña, dándole un pequeño abrazo. —De nada, cariño. Ese pequeño momento pone a Kaitlyn muy sensible; ella sueña con tener a una pequeña así, tan hermosa como Cristal, tan inocente, y poder cuidar de ella. Es lamentable que la vida les arrebatara a ambas la posibilidad de estar con sus madres; es como si el vínculo las uniera, lo que hace pensar mucho a Kaitlyn sobre la propuesta de Fernando del vientre en alquiler. Cuesta mucho aceptar que no será ella la embarazada; ha pedido que le dé estos pocos meses para intentarlo, pero al ver a Cristal, una sensación indescriptible la invade; ella siente que amará a cualquier pequeño aunque no sea suyo; de igual manera, ella será su mamá. Kaitlyn despide a la pequeña con un gesto con la mano; ella pasa al inodoro y luego al tocador, intentando calmarse un poco antes de volver al salón, donde se incorpora rápidamente con su suegra, ya que su esposo conversa distanciado de las mujeres con el resto de los miembros de la familia. —Kaitlyn… —La tía de su esposo llama su atención—. ¿Cómo te has sentido, cariño? Sé lo difícil que son los tratamientos de fertilidad. —Me he sentido muy bien, a pesar de que me causa mucho cansancio. —¿Qué les ha dicho el doctor? ¿Tendrán resultados pronto? —Estamos esperando resultados; con suerte lo lograremos —responde incómoda, mirando en dirección de la pequeña Cristal, que juega con uno de sus primeros regalos. —Ya verás que sí tendrán suerte, tendrás muy pronto a tu heredero en tus brazos —responde Carmen, la abuela de Fernando. Kaitlyn solo se limita a sentir; seguramente aún Fernando no les ha dicho de los planes de un vientre en alquiler, lo que la limita a hablar de ciertos temas. —Lo vas a lograr, querida, solo mira a Cristal; Cristina también pasó por mucho para embarazarse, pero lo logró, tú también lo harás. —Ojalá, que sí, suegra.