Decisiones. Perspectiva de Máximo.
Decisiones.
Perspectiva de Máximo.
El dolor y la depresión han causado efectos importantes en su vida; ver a su hija es como una herida profunda que no sana. Cada vez que la niña llora o llama a su mamá, Máximo siente que su mundo se desmorona; incluso ha llegado a culparse, sentir culpa por ser doctor y no haberlo visto antes. ¿Es que cómo no lo notó? Estaba tan cegado por la perfección, la felicidad… ¿Quién iba a pensar que algo así le pasaría?
Las cosas pasan cuando menos lo esperábamos, estamos en un mundo incierto, hoy estamos arriba mañana estamos abajo, hoy sonreímos y somos felices y mañana no sabemos si estaremos llorando y con el mundo cuesta arriba, máximo a notado que los segundos lejos de su esposa eran valiosos, cuando se quedaba en turnos extras en la clínica, le robaba tiempo con su esposa, con el amor de su vida, ahora pensar en lo que debió ser y no fue es un dolor pulsante, aunque ya no puede cambiar las cosas le gustaría hacerlo, pero no tiene la fuerza, su mayor apoyo ahora es él alcohol, ver a su hija es como ver el retrato de su esposa, solo que su pequeña tiene su color de ojos, aún así, verla es devastador, no saber cómo manejar la situación lo a aislado de ella, encerrándose en su propio mundo, con el alcohol como su mejor amigo.
—Señor, la niña no deja de llorar por su mamá, no sé ya qué hacer, no hallo la manera de calmarla.
—Encuentra la forma, para eso te pago, busca la manera de calmarla.
—Señor, si solo usted… —Máximo la mira con frialdad.
La mujer no se atreve a decir nada más, se retira dejando a Máximo solo en su estudio. La depresión cala profundamente en él; todo en el lugar le recuerda a su amada, todo lo tortura, convirtiéndolo en un ser irreconocible, un hombre despiadado; incluso tiene meses sin ir a la clínica, lleno de amargura, se encierra en su propio mundo, aislado del mundo.
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—PAPÁ, PAPÁ… —Al escuchar a la pequeña de tres años, de rodillas frente a él llorando, con su manta y peluche en mano, gritando al verse sola, Máximo se obliga a levantarse de la cama.
—¿Qué pasó? —pregunta tocándose la cabeza del dolor—. Marisol, MARISOL… —Máximo llama a la nana y esta no aparece.
—Nota, se fue… —la voz dulce, gélida de la pequeña lo hace sentir incómodo.
—Ya, no llores, ven. —La pequeña se acomoda sobre su pecho.
Máximo camina con ella a la sala buscando a la nana; la pequeña jadea en llanto, con hipo, mientras se acurruca en los brazos de su padre: dulce, mocosa, frágil, oliendo a pipí, despeinada y con hambre.
Máximo la deja en la silla para bebé, notando la nota de la nana sobre el mesón: “Lo siento, señor, no puedo seguir trabajando en estas condiciones, lo lamento, renuncio”. Máximo toma su celular y le marca, pero el número va directamente a buzón. Él ve a la pequeña en su silla con hipo, el pulgar en la boca, mocos afuera y lágrimas dibujadas en su rostro; se queda en shock por unos segundos, cayendo en cuenta de que no es el único que sufre por la pérdida, tiene a un ser indefenso frente a él, uno que también está sufriendo sus decisiones por sumarse al alcohol, y es ahí donde se da cuenta de que rompió la promesa más grande que le hizo a Cristina: “Cuidar del fruto de su amor”. Máximo se queda aislado por unos segundos viendo la magnitud de su error, cayendo en cuenta de que se dejó llevar por su dolor mientras todo se derrumbaba a su alrededor, y es ahí donde cae en cuenta: un año, un año y, por más que pase el tiempo, la herida no sanará, sigue latente y siempre estará latente, pero el mundo no se detiene; muestra de ello, su hija, que cumplió recientemente 3 años y que no ha estado nada bien.
Con Cristina la niña siempre estaba limpia, bañada, peinada, estaba gordita y hermosa; verla lo destroza, la arrastra con él en su dolor y está pagando un precio muy alto por la pérdida de su madre.
—¿Tienes hambre, cariño? —pregunta.
La pequeña asiente, dándole una señal.
Máximo toma la iniciativa, se lava las manos y empieza a hacerle unos waffles con miel y mermelada, un batido de cambur y fresa, que la pequeña disfruta ansiosa. Son casi las 12 p. m. y es tarde para que la pequeña desayune. Viéndola comer de manera ansiosa, Máximo se incomoda, no puede seguir así, no puede seguir consumido por la depresión cuando tiene a una pequeña que depende de él, necesita encontrar la solución, quizás ayuda, pero lo primero es conseguir una nueva niñera.
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Una tarea difícil; han pasado semanas y Máximo ha tenido que hacer todo lo que una niñera hace, pues la anterior dejó críticas de la situación en casa y muchas se niegan a ser parte de todo esto, aunque ofrece una buena suma de dinero. En cuanto a otras, Cristal las rechaza; le teme a los desconocidos, lo que lo pone inquieto, pues de esta manera logra que ella se quede con nadie más que con él.
—¡AAAAH! NO, NO… —la mujer le entrega a la pequeña a su padre.
—Creo que va a tener que llevarla a un psicólogo, que la ayude a superar el temor a los desconocidos; es una pequeña, ha pasado por muchos traumas y quizás solo se acopla a usted. Debería intentarlo, o no logrará que ella se dé con nadie más. Lo siento, me retiraré.
Máximo asiente, mirando a la persona acurrucada en su pecho; tiene un apego emocional muy fuerte hacia él y eso puede verlo, lo que lo pone muy tenso.
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Tras días pensándolo, Máximo decide buscar ayuda psicológica. Como es una niña pequeña, es difícil manejar la situación con la psicóloga; los trata a ambos e intenta crear ese vínculo entre los dos que se ha quebrado, que papá e hija se unan.
—Sé que no es fácil para usted, pero tampoco lo ha sido para ella, por eso tiene ese apego que no le permite socializar con el resto. Quizás debería empezar por fortalecer la confianza de su pequeña, primero con usted. Intente salir con ella, compartir, que ella explore el mundo: un parque, el acuario, lugares donde haya personas, pero que también puedan compartir y ella vea a otros niños socializar. Luego iremos viendo su proceso, quizás reunirse con su familia; ella podría crear un vínculo con algún miembro de su familia que pueda ayudarla a sentirse cómoda con los extraños, pero debe intentarlo antes de tomar la decisión de enviarla a la escuela.
Máximo suspira mirando a la pequeña jugar con los juguetes que le dio la psicóloga.
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Esta iniciativa empieza llevando a la pequeña al parque, al acuario, a la feria; entre los dos se ha formado un vínculo fuerte en estos meses, por lo que Máximo se siente más confiado, aunque el dolor sigue ahí, pulsante.
—MIRA, PAPITO, MIRA, LOS PECES, WAOOO… —Máximo ve su felicidad y, después de tanto tiempo, una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro.
—Mira, cariño, una foca.
—Waoo… —Máximo vuelve a sonreír al ver la felicidad en los ojos de su hija, su sonrisa, que le hace sentir que las cosas van a estar bien.
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Al ver la tranquilidad de Cristal, Máximo consigue una niñera; aunque Cristal no está muy apegada a ella, logra hacer las cosas básicas para ayudarlo, lo que le permite a Máximo volver a la clínica después de tanto tiempo.
—Doctor Fernier, ¡bienvenido!
—Buenos días, Bárbara, por favor, activa mi agenda; estaré aquí hasta el mediodía.
—Está bien, señor, pondré su nombre activo de nuevo.
—Bien.
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Con su regreso las cosas han mejorado tanto en la clínica como en casa, ya que Máximo trabaja hasta el mediodía, para luego volver a casa y pasar tiempo de calidad con Cristal, a la que le cuesta adaptarse con la nana.
—No me gusta, no me gusta, no quiero, lo quiero suelo.
—Pequeña, tienes mucho cabello, eso no te deja ver; siempre lo llevas en la cara, debemos recogerlo en una coleta.
—No, no quiero, no quiero.
—Hola, ¿qué pasa?
—Papito… —La pequeña corre a los brazos de su padre. —¿Qué pasa, cariño?
—Quiero el cabello suelto, lo quiero suelto, Lorena no me deja, lo quiero suelto, papito.
—Ok, ok, lo dejaremos suelto, ¿no te molesta en los ojos?
—No, no, lo quiero suelto, como mamá, suelto.
Máximo de incómoda, su expresión se torna inquieta y sin ánimos.
—Está bien, cariño.
Máximo mira el cuadro de Cristina en el salón, donde ella sale con su hermosa melena volando por el viento; se ve hermosa y su princesa busca ser como mamá en todo momento; nadie ha podido hacerla cambiar de opinión.
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Un mes después.
En medio de una consulta y después de tanto tiempo, Máximo recibe una llamada de su padre. Al ver el número en la pantalla, este lo deja repicar, ignorando la llamada hasta que termina con su paciente, tomando la última antes de que se corte una vez más.
M: Rogelio.
R: Máximo, tengo rato llamándote.
M: Estaba en una intervención, ¿qué necesitas?
R: Hijo, en unos días es la celebración del 80 cumpleaños de tu abuelo, ¿vendrás para estar con tu abuela? Ella no hace más que preguntar por ti; sabes que eras su adoración y hace mucho no la visitas.
F: He tenido cosas que hacer, pero intentaré estar presente.
R: Muy bien, nos vemos entonces.
M: Ok.
Máximo cuelga sin más; la comunicación con su familia no es muy buena. Desde siempre se ha reunido solo para eventos sociales y cumpleaños; en otras instancias parecen desconocidos unidos por lazos de sangre y un apellido de renombre. Para muestra, un botón, la comunicación con su padre no es buena y quizás eso se deba a que es la procedencia de su infidelidad. El hijo ilegítimo que tuvo la suerte de ser el único varón y el favorito de la monarca es lo que lo salva del destierro familiar.
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Días después.
Todos están reunidos en el gran salón, champán, vino, un banquete, solo la familia más cercana; después de un año y medio, por fin se han vuelto a ver.
—Ahí vienen, ya llegaron.