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Decisiones. Perspectiva de Máximo.

Decisiones.

Perspectiva de Máximo.

El dolor voraz y la depresión corrosiva han causado estragos en la vida de Máximo. Ver a su hija, Cristal, es como contemplar una herida abierta que se niega a cicatrizar. Cada vez que la niña solloza o musita el nombre de su madre, Máximo siente cómo su mundo se fragmenta. La culpa lo devora; se reprocha ser doctor, un sanador, y no haber detectado antes la enfermedad de Cristina. ¿Cómo fue posible su ceguera? Estaba tan absorto en la ilusión de la perfección, en la felicidad, que jamás imaginó que una tragedia de tal magnitud se cerniría sobre ellos.

Las cosas suceden cuando menos se esperan; vivimos en un mundo incierto, donde hoy se está en la cima y mañana se cae al abismo. Hoy se sonríe con plenitud, y mañana se llora con el mundo cuesta arriba. Máximo recuerda con una punzada amarga que cada segundo lejos de su esposa era un robo precioso al tiempo juntos. Esos turnos extra en la clínica, ese tiempo hurtado a la mujer de su vida… Ahora, pensar en lo que debió ser y no fue es un dolor constante, palpitante. Aunque no puede alterar el pasado, desearía con cada fibra de su ser tener la fuerza para hacerlo.

Su único apoyo ahora es el alcohol, un amigo traicionero. Ver a su hija es como mirar el retrato vivo de Cristina, solo que la pequeña tiene el color de sus ojos. Aun así, observarla es devastador. No saber cómo manejar la situación lo ha llevado a aislarse de ella, a encerrarse en su propio infierno personal, con la botella como único confidente.

“Señor, la niña no cesa de llorar por su mamá. Ya no sé qué hacer, no encuentro la manera de calmarla.” La voz de la nana, Marisol, tiembla.

“Encuentra la forma. Para eso te pago. Busca la manera de calmarla.” La réplica de Máximo es fría, desprovista de empatía.

“Señor, si solo usted…” Marisol se interrumpe abruptamente al encontrarse con la mirada gélida de Máximo.

La mujer se retira, dejándolo solo en el estudio. La depresión ha calado tan hondo que todo lo tortura. Cada objeto en el lugar le recuerda a su amada esposa, convirtiéndolo en un ser irreconocible, un hombre sumido en la amargura. Lleva meses sin pisar la clínica, secuestrado por su propio mundo, aislado de la realidad.

El Despertar

“¡PAPÁ, PAPÁ!”

El grito desgarrador de la pequeña de tres años lo obliga a incorporarse. Cristal está arrodillada frente a la cama, sollozando, aferrada a su mantita y a su peluche, gritando aterrada al encontrarse sola.

“¿Qué pasa?” pregunta Máximo, llevándose una mano a la cabeza, aturdido por el dolor de la resaca. “¡Marisol, MARISOL…!” Llama a la nana, pero no hay respuesta.

“Nota, se fue…” La voz de la pequeña es dulce, pero quebradiza por el llanto. La simple mención de la nota lo incomoda profundamente.

“Ya, no llores, ven.” La niña se acomoda sobre su pecho, un peso frágil y real en sus brazos.

Máximo camina con ella hacia la sala, buscando a la niñera. La pequeña jadea, el hipo sacudiéndole el cuerpo, acurrucada en el regazo de su padre: dulce, mocosa, frágil, oliendo a orina, despeinada y con hambre evidente.

La deposita en su silla de bebé y sus ojos se posan en la nota de Marisol sobre el mesón: “Lo siento, señor, no puedo seguir trabajando en estas condiciones. Lo lamento, renuncio.” Máximo agarra su celular y llama, pero el número va directo al buzón de voz.

Mira a la pequeña en su silla: con hipo persistente, el pulgar en la boca, mocos en el rostro y rastros de lágrimas. Se queda en estado de shock por unos segundos. De repente, la verdad lo golpea: no es el único que sufre. Tiene ante sí un ser indefenso, uno que también está pagando las consecuencias de sus decisiones y su rendición al alcohol.

En ese momento, se da cuenta de que ha roto la promesa más sagrada que le hizo a Cristina: “Cuidar del fruto de su amor.” Máximo se aísla por un instante en la magnitud de su error. Se dejó arrastrar por su dolor mientras todo a su alrededor se derrumbaba en silencio.

La conciencia le grita: un año. Un año ha pasado, y por más que el tiempo avance, la herida no sana; sigue latente y siempre lo estará. Pero el mundo no se detiene; la prueba es su hija, que cumplió tres años hace poco y no ha estado bien.

Con Cristina, la niña siempre estaba limpia, bañada, peinada, gordita y radiante. Verla ahora lo destroza, arrastrada con él en su propio sufrimiento. Cristal está pagando un precio demasiado alto por la pérdida de su madre.

“¿Tienes hambre, cariño?” pregunta, una iniciativa que se siente ajena a él.

La pequeña asiente, la señal es suficiente.

Máximo toma la iniciativa. Se lava las manos y comienza a preparar unos waffles con miel y mermelada, y un batido de banana y fresa, que la niña devora con una avidez conmovedora. Son casi las doce del mediodía; es una hora tardía para que la pequeña desayune. Al verla comer con tanta ansia, Máximo se incomoda, una sensación de urgencia le recorre la espalda. No puede seguir así, consumido por la depresión, cuando tiene a una pequeña que depende enteramente de él. Necesita encontrar una solución, quizás ayuda profesional, pero lo primero es conseguir una nueva niñera.

El Vínculo Roto

La tarea resulta difícil, casi imposible. Han pasado semanas, y Máximo ha tenido que asumir todas las funciones de una niñera. La anterior dejó comentarios negativos sobre la situación en casa, y muchas candidatas se niegan a formar parte de su vida, a pesar de la generosa suma de dinero que ofrece. Por otro lado, la propia Cristal las rechaza; le tiene un miedo atroz a los desconocidos, lo que lo inquieta, pues esto la obliga a quedarse única y exclusivamente con él.

“¡AAAAH! ¡NO, NO…” La aspirante a niñera le entrega a la niña, que llora descontroladamente, de vuelta a su padre.

“Creo que tendrá que llevarla a un psicólogo, que la ayude a superar el temor a los desconocidos. Es una niña pequeña, ha pasado por muchos traumas, y quizás solo se acopla a usted. Debería intentarlo, o no logrará que ella confíe en nadie más. Lo siento, me retiro.”

Máximo asiente, mirando a la pequeña figura acurrucada en su pecho. Cristal tiene un apego emocional muy fuerte hacia él, un hecho que puede ver con claridad y que lo pone sumamente tenso.

La Terapia y el Intento de Reparación

Tras días de deliberación, Máximo decide buscar ayuda psicológica infantil. Dado que es una niña pequeña, la terapeuta opta por tratarlos a ambos, intentando reconstruir el vínculo roto entre padre e hija. El objetivo es que ambos se unan y fortalezcan su relación.

“Sé que no es fácil para usted, doctor, pero tampoco lo ha sido para ella. Por eso tiene ese apego que le impide socializar. Quizás debería empezar por fortalecer la confianza de su pequeña, primero con usted. Intente salir con ella, compartir tiempo de calidad, que ella explore el mundo en su compañía: un parque, el acuario, lugares donde haya gente, pero donde también puedan compartir y ella vea a otros niños socializar. Luego iremos evaluando su proceso. Quizás reunirse con su familia; ella podría crear un vínculo con algún miembro que la ayude a sentirse cómoda con los extraños, pero debe intentarlo antes de tomar la decisión de enviarla a la escuela.”

Máximo suspira, observando a la pequeña jugar con los juguetes que la psicóloga le ha dado. La idea es un desafío, pero también una tabla de salvación.

Pequeños Triunfos

Esta iniciativa comienza. Máximo lleva a la pequeña al parque, al acuario, a la feria. Con el paso de los meses, un vínculo fuerte se ha formado entre ellos. Máximo se siente más confiado, aunque el dolor de la pérdida sigue ahí, latente, pulsante.

“¡MIRA, PAPITO, MIRA, LOS PECES, WAOOO…!” La voz de la niña es pura maravilla.

Máximo observa su felicidad y, después de tanto tiempo, una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro.

“Mira, cariño, una foca.”

“¡Waoo…” Máximo vuelve a sonreír al ver el fulgor de la felicidad en los ojos de su hija, una sonrisa que le insinúa que las cosas, quizás, van a estar bien.

El Regreso y la Obsesión

Al notar la tranquilidad de Cristal, Máximo consigue una nueva niñera, Lorena. Aunque Cristal no se apega mucho a ella, la mujer logra realizar las tareas básicas, lo que le permite a Máximo volver a la clínica después de tanto tiempo.

“Doctor Fernier, ¡bienvenido!” Lo saluda su recepcionista con entusiasmo.

“Buenos días, Bárbara. Por favor, activa mi agenda; estaré aquí hasta el mediodía.”

“Está bien, señor, pondré su nombre activo de nuevo.”

“Bien.”

Con su regreso, las cosas han mejorado, tanto en la clínica como en casa. Máximo trabaja solo hasta el mediodía para luego regresar y pasar tiempo de calidad con Cristal. Sin embargo, a la pequeña le cuesta adaptarse a la nana.

“No me gusta, no me gusta, no quiero, lo quiero suelto.” Cristal patalea.

“Pequeña, tienes mucho cabello, no te deja ver; siempre lo llevas en la cara, debemos recogerlo en una coleta.” Lorena insiste con suavidad.

“No, no quiero, no quiero.”

“Hola, ¿qué pasa?” La voz de Máximo irrumpe.

“¡Papito…!” La pequeña corre a los brazos de su padre.

“¿Qué pasa, cariño?”

“Quiero el cabello suelto, lo quiero suelto. Lorena no me deja, lo quiero suelto, papito.” La niña gime.

“Ok, ok, lo dejaremos suelto, ¿no te molesta en los ojos?”

“No, no, lo quiero suelto, como mamá, suelto.”

Máximo se incomoda. Su expresión se torna inquieta y sin ánimo.

“Está bien, cariño.”

Máximo mira el cuadro de Cristina que cuelga en el salón, donde ella aparece con su hermosa melena ondeando al viento; se ve espléndida. Su princesa busca ser como mamá en todo momento, y nadie ha logrado hacerla cambiar de opinión.

El Cumpleaños del Patriarca

Un mes después, en medio de una consulta y después de tanto tiempo, Máximo recibe una llamada de su padre, Rogelio. Al ver el número en la pantalla, lo deja repicar, ignorándolo hasta que termina con su paciente, tomando la última antes de que se corte una vez más.

“Rogelio.”

“Máximo, tengo rato llamándote.”

“Estaba en una intervención, ¿qué necesitas?”

“Hijo, en unos días es la celebración del ochenta cumpleaños de tu abuelo. ¿Vendrás para estar con tu abuela? Ella no hace más que preguntar por ti; sabes que eras su adoración y hace mucho que no la visitas.”

“He tenido cosas que hacer, pero intentaré estar presente.”

“Muy bien, nos vemos entonces.”

“Ok.”

Máximo cuelga sin más. La comunicación con su familia es distante y superficial. Desde siempre, solo se reúnen para eventos sociales y cumpleaños; en otros ámbitos, parecen desconocidos unidos únicamente por lazos de sangre y un apellido de renombre. Su relación con su padre no es buena, y quizás eso se deba a que Máximo es la viva prueba de su infidelidad. El hijo ilegítimo que tuvo la suerte de ser el único varón y el favorito de la matriarca es lo que lo salva del destierro familiar y lo posiciona en la jerarquía.

El Reencuentro Gélido

Días después, todos están reunidos en el gran salón. Hay champán, vino y un banquete suntuoso. Solo la familia más cercana asiste a la íntima celebración. Después de un año y medio, por fin se han vuelto a ver. El ambiente es de lujo forzado.

“Ahí vienen, ya llegaron.” El anuncio corta el murmullo de las conversaciones.

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