—Admito que, románticamente hablando, hay cierta atracción —admite Giorgia, siendo honesta con él y consigo misma.
Julian traga y toma aire. Su respuesta es una mierda que no le agrada y se siente como tragar ácido que corroe todo su sistema mientras avanza por su garganta, por su faringe y por su estómago. Su lado más primitivo, salvaje, animal, ese cavernícola que quiere agarrarla del pelo para demostrarle quién es su hombre amenaza con salir a flote, pero se contiene; aunque sus manos afirman el agarre en ella.
—Pero no tienes que preocuparte, porque hasta ahora solamente es eso: una atracción—prosigue Giorgia, calmándole, aunque no mucho, porque Julian no quiere que ella lo determine como a un ser que existe por allí, robándole el aire que respira a alguien más, siquiera.
—Pero te atrae —espeta Julian.
—Como a ti te atraen otras mujeres —rebate ella tajantemente y cerrándole la boca a Julian—. ¿No es así?
Él trata de replicar, pero se limita a asentir y darle la razón:
—Tienes tod