Cuando Julian llega a su habitación de hotel, luego de la larga jornada laboral que para él fue una verdadera tortura por las múltiples veces en que fantaseó follarse a Giorgia en cada rincón de la oficina: sobre el escritorio, en el ascensor, en la pequeña oficina de fotocopias, en los baños, sobre la mesa de juntas o en algún rinconcito alejado de la vista de los empleados, su polla duele debajo de los pantalones y se siente tan agotado como si hubiera corrido en una maratón.
Aflojándose la corbata y quitándose la chaqueta del traje gris, la cual arroja sobre una consola, Julian se deja caer en un sillón y mira alrededor, pensativo.
Él no es un hombre de cursilerías, de demostraciones románticas, ni esas mierdas parecidas, pero sabe que ha aceptado meterse en el juego, que quiere ganar "la copa" y que tiene una dura competencia por vencer, porque su oponente tiene ventaja; una ventaja que hasta ahora lo ha hecho tener el control de la primera mitad del juego; así que tiene que hacer