La mañana llegó lenta, tibia, acariciando los cristales con un sol pálido. Gabriele se despertó tarde, todavía arrastrando en el cuerpo el eco de la noche anterior: la voz de Luciano susurrándole cosas que se le quedaron tatuadas bajo la piel, la sensación de estar conectado a él de un modo tan íntimo que dolía no tenerlo cerca.Se estiró en la cama vacía, miró el teléfono —sin mensajes nuevos— y, sin pensarlo demasiado, la idea le atravesó la mente como un rayo: Voy a verlo.No había razón, no había excusa, no necesitaba ninguna. Solo quería verlo. Sentirlo de verdad. Se levantó de un salto, corrió al baño y se dio una ducha rápida. Luego se vistió con lo primero que encontró: un overol blanco, un buzo de cuello tortuga beige y unas zapatillas blancas con rayas negras. Sin siquiera detenerse a desayunar, salió apresuradamente en su auto. El trayecto hasta la empresa de Luciano se le hizo eterno, iba manejando ligeramente mirando por la ventanilla con una sonrisa tonta pintada en los
Gabriele salió del edificio con el alma oprimida. Caminó sin rumbo por unos minutos, la rabia y la confusión inundando sus pensamientos. ¿Por qué Luciano lo había ignorado de esa manera? Había sido un impulso, una locura ir a verlo, pero quería sentir que la relación entre ellos no era solo un secreto, sino también algo real, algo que valía la pena. Pero ahora, ese encuentro le había dejado una herida profunda. Se preguntaba si siempre sería así, si tendría que conformarse con los momentos robados, las caricias furtivas, y la invisibilidad cuando estaban en público.Con los pensamientos hechos un caos, Gabriele llegó a su coche. Se sentó al volante, apoyó las manos en el volante y cerró los ojos, respirando hondo. Necesitaba calmarse, necesitaba entender.El sonido del teléfono vibrando en el asiento del copiloto lo interrumpió. Un mensaje de Luciano.Con las manos temblorosas, Gabriele desbloqueó la pantalla y leyó las palabras que aparecían allí:—"Perdóname, cariño. No quise ignorar
El hombre ayudó a Gabriele a levantarse, él ya estaba visiblemente borracho, tambaleándose ligeramente al intentar ponerse en pie.—Te llevaré a tu auto. — Dijo el desconocido, con una voz tranquila.Gabriele, demasiado aturdido para oponerse, asintió débilmente. Se dejó guiar hasta el coche, apoyándose en el hombro del otro hombre para no perder el equilibrio. Apenas se acomodó en el asiento, sintió cómo una mano tibia rozaba su mejilla. Alzó la vista, confundido, justo cuando el desconocido se inclinaba hacia él. Primero fue un contacto sutil en su oreja, un aliento de labios que le arrancó un estremecimiento involuntario. Luego una caricia fugaz en el cuello. Y, antes de que pudiera reaccionar, unos labios ardientes buscaron los suyos en un beso voraz, impaciente, como si quisiera poseerlo.Gabriele se quedó atónito. Su mente, empañada por el alcohol y el dolor, apenas alcanzaba a comprender. Pero, aunque una parte de él quería detenerse, otra, una parte más oscura y herida no qui
Gabriele apenas podía respirar mientras bajaba del coche, balanceándose un poco. Adriano intentó ayudarlo, pero él se apartó con un gesto brusco. No quería más contacto, no quería más errores. Se quedó un momento en la acera, mirando el Aston Martin, como si pudiera borrar su existencia con solo desearlo. Como si eso hiciera desaparecer también su culpa. No había forma. La puerta del auto se abrió antes de que pudiera reaccionar. Luciano estaba allí, recortado contra la luz del interior, con el ceño fruncido y los ojos oscuros, llenos de una mezcla peligrosa de preocupación y furia.—¿Dónde demonios estabas? —dijo Luciano en un tono bajo y helado, tan controlado que dolía más que un grito.Gabriele abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. El olor a alcohol impregnaba su ropa, su piel, su aliento. Y Adriano, aún de pie junto al coche, observaba la escena incómoda.Luciano se detuvo frente a Gabriele, mirándolo de arriba abajo. Vio sus ojos enrojecidos, el temblor en sus
Gabriele despertó sobresaltado, los ojos pesados y la mente nublada. Su habitación, normalmente un refugio, se sentía ahora como una jaula. Las paredes, con su azul claro habitual, parecían cerrarse a su alrededor, amplificando el eco de sus propios pensamientos. Cada rincón de ese espacio le recordaba la pesadilla de la noche anterior, el caos de su propio ser desbordado por el alcohol y las malas decisiones. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente no dejaba de correr, como una rueda que no podía detenerse.Se levantó lentamente, sus pies descalzos tocando el frío suelo, todo estaba quieto, pero a la vez, en un constante movimiento dentro de su cabeza. Gabriele se miró al espejo del baño. Su reflejo le devolvía la imagen de un hombre roto. Su cabello desordenado, los ojos hundidos con una expresión vacía. No había optimismo en su mirada, solo la devastadora sensación de que había cruzado una línea de no retorno.Mientras lavaba su rostro, el agua fría no lograba calmar la tormenta en
La tarde cayó pesada sobre Gabriele, como un manto opresivo que no terminaba de ahogarlo. Se había refugiado en el pequeño jardín de su casa, buscando un poco de relajación entre el aroma de la tierra húmeda y el zumbido cansado del viento entre las hojas. Se sentó en uno de los bancos de piedra, las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta, la mirada perdida en el horizonte de la ciudad.El tiempo parecía haberse congelado, suspendido en esa mezcla de miedo y arrepentimiento que lo mantenía atrapado. El celular permanecía a su lado, mudo desde hacía horas, como si también estuviera esperando algo que no llegaría.Hasta que vibró.Gabriele parpadeó, dudando por un segundo si no habría sido su imaginación. Pero el sonido se repitió, nuevamente, insistente. Su corazón empezó a latir con violencia mientras extendía la mano hacia el teléfono.El nombre de Luciano brillaba en la pantalla.Con una emoción indescriptible, deslizó el dedo para abrir el mensaje. La luz del atardecer hací
Gabriele no podía permitir que todo lo que había vivido se desmoronara por completo sin luchar. Pensó que no podía vivir sin Luciano, que había entregado su corazón, su cuerpo, su alma, y ahora no podía aceptar que todo se deshiciera así, de la nada. Cada parte de él sentía que no tenía sentido seguir adelante sin Luciano, como si su vida dependiera de esa conexión. Lo había dado todo, y ahora estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para no perderlo.—Luciano, sé que cometí un error. Un gran error, y te fallé de una manera que nunca debí hacerlo, me arrepiento. Pero… —dudó por un momento, su mirada fija en la de él,— pero eso no significa que ahora tengas que alejarme de tu vida.Luciano lo miró, su expresión seria, casi distante, como si estuviera tomando una decisión muy difícil, pero aún definitiva.—Gabriele lo mejor es terminar. No lo hago para castigarte. Pero sé que no podemos seguir con esto. Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas.— Tú todavía tienes ta
Gabriele se encontraba en la casa de su hermana Amalia, hundido en el sofá, sin fuerzas para enfrentar la realidad. La cabeza le dolía, el corazón aún palpitaba con fuerza, y las emociones se mezclaban en su mente. Aún recordaba vívidamente cómo había pasado la noche anterior, cómo se había quedado solo en el apartamento de Luciano, después de que él le dijera que todo había terminado. La puerta de su apartamento cerrándose con un estruendo en su cerebro. La gélida distancia que Luciano había puesto entre ellos, la desdicha que había sentido al ver cómo se alejaba sin mirarlo, dejando atrás todo lo que habían vivido.Estaba vacío, como si todo lo que había sido su vida en los últimos meses se hubiera desvanecido en un segundo. Las imágenes del rostro de Luciano se repetían una y otra vez en su cabeza, y la sensación de rechazo no lo dejaba en paz. Gabriele se abrazó a sí mismo, buscando algo de consuelo en la quietud de la casa de su hermana, pero nada parecía calmar el caos interno q