Al día siguiente, Gabriele despertó con el cuerpo aún arropado en calor. Luciano dormía, tenía una mano apoyada sobre el abdomen de Gabriele. Con cuidado, Gabriele apartó aquella mano y se giró en silencio, tomándose su tiempo para alcanzar su celular de la mesita. Dudando un poco, lo desbloqueó y empezó a leer los mensajes que había allí.
Su corazón latía con fuerza mientras la pantalla le mostraba palabras que le llegaban al alma. “Gracias por resistir. Eres valiente.” “No estás solo, Gabriele. Estamos contigo.” “Nunca debiste pasar por eso. Eres fuerte.” Las lágrimas regresaron, pero no eran dolorosas esta vez. No quemaban. Le mojaron las mejillas con una dulzura inesperada.
Justo en ese momento, Luciano abrió los ojos.
—¿Cariño, pasa algo? —Preguntó.
—Sí —susurró Gabriele, mostrándole la pantalla. — No todos me odian.
Luciano lo miró un instante, tomó el celular con cuidado y leyó los mensajes que inundaban las redes sociales. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios.
—Claro que