La semana había pasado tranquila desde aquella primera vez.
Michael seguía tratándola con el mismo respeto y paciencia de siempre. Aunque ahora, había algo diferente entre ellos. Algo más intenso, más eléctrico.
Era un sábado por la tarde. Julieta dormía una siesta ligera en la habitación, mientras Michael, sintiendo la sangre arderle en las venas, decidió encerrarse en el baño como de costumbre.
Cerró la puerta con cuidado. Se apoyó en el lavabo, respirando hondo.
—Es normal... —se dijo a sí mismo en voz baja—. Es normal sentir esto. No quiero presionarla... no quiero apresurarla... es la única forma de aguantar y contenerme.
Pensar en Julieta, en su sonrisa, en su cuerpo cerca del suyo... era una tortura dulce. Sus pechos, sus caderas, su espalda. Desea hundir sus labios en su humedad y poseerla. Hacerla gemir hasta desmayar.
Se dejó caer en el borde de la tina, cerrando los ojos, dejando que la imaginación lo envolviera.
Sus manos bajaron lentamente, buscando alivio. Saca su virili