La mañana los sorprendió desnudos y satisfechos. Esa noche casi no habían descansado, pero esos pequeños pasitos ya Peter los conocía. Como pudo, cubrió el hermoso cuerpo de su sirena antes de que entrara el huracán Tory.
—Buenos días —dijo con voz ronca y somnolienta.
—¿Te desperté? —preguntó Tory en un susurro.
—Para nada, ya estaba despierto y te escuché.
—¡Ush! Quería entrar como ninja, pero si hasta tú escuchaste mis pasos… ¡Esto es injusto!
La pequeña estaba enfurruñada y eso hizo que Peter sonriera con ternura.
—No te enojes, pequeña sirena. Dime, ¿qué haremos hoy?
—Quiero ir al acuario, comer en el restaurante que está cerca de la playa y en la noche ir a la disco.
—Son muchas cosas para un solo día, ¿no crees?
—Pero comer es una obligación, no es transable… o algo así. ¿No dicen eso los abogados como tú?
—Te has preparado, pequeña diablilla —Peter arqueó una ceja divertido, y Tory le sonrió con suficiencia—. Pero primero ve a bañarte y yo despertaré a tu madre. Después, en el