—¡Para! —gritó Teo, agarrando mi mano cuando estaba a milímetros de tocar a Mario.
—Déjala, de todos modos, no creo nada de eso, no va a pasar nada —protestó Mario.
—No, el señor Córdoba dijo que no debe tocar a ningún hombre no enlazado hasta que la Sabia haya venido a confirmar quienes son sus lazos —le explicó Teo.
—¿Desde cuándo me importa una mierda lo que diga Damián? —resopló Mario como el idiota arrogante que era.
—¿Es un mal momento? —interrumpió una voz educada, así que levanté la vista para ver al chico de Starbucks de pie en nuestra mesa.
—Sí —dijeron Teo y Mario al unísono.
—No —le sonreí, agradecida por la distracción. Se inclinó y colocó un gran vaso de Starbucks sobre la mesa y lo deslizó hacia mí.
—Parecía que necesitabas esto —sonrió y mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Gracias, no sabes cuánto necesito esto —con avidez, agarré el vaso caliente con ambas manos y lo llevé a mi boca, dejando escapar un gemido de satisfacción cuando el dulce líquido caliente golpeó mi le