El señor Córdoba permanecía inmóvil al pie de la cama, con la mandíbula tensa y los puños apretados.
—¿Damián? —pregunté, todavía un poco aturdida y sin estar segura si era un sueño o la realidad.
Levanté la cabeza y miré el pecho desnudo que había estado usando como almohada. Lucas respiraba acompasadamente, todavía dormía con tranquilidad. Entonces, un pensamiento horrible me vino a la mente: estaba desnuda.
—Mierda —exclamé, intentando arrancar las sábanas de debajo de Lucas y despertándolo en el proceso.
—¿Qué pasa? —preguntó, repentinamente alerta. Luego se relajó cuando notó al señor Córdoba.
—Veo que el grupo de búsqueda nos encontró —refunfuñó.
Mi mano encontró una camisa y me la puse rápidamente. Por el tamaño, debía ser de Lucas, lo cual estaba bien porque cubría un poco más de lo que me cubriría la mía.
—¿No has oído hablar de tocar la puerta? —pregunté, con mi voz cargada de veneno. El señor Córdoba seguía congelado y empezaba a darme miedo.
—Esa no es la forma en que u