Capítulo 3
La aprobación de mi solicitud para un proyecto de investigación de cuatro años en Noruega llegó pronto por parte de mi tutor en la universidad.

Pensé que quizá alejándome de Carlos y de Olivia podría volver a encontrarme a mí misma.

En realidad, cuando descubrí la cercanía entre ellos dos, intenté salvar lo nuestro. Me repetía que tal vez exageraba, que quizá solo eran demasiado amigos. Pero cada vez que veía la sonrisa de Carlos junto a Olivia, cada vez que escuchaba su complicidad, sentía un dolor punzante, como si una navaja me atravesara.

Ya no podía seguir engañándome. La felicidad que Carlos mostraba con ella era auténtica; esos gestos nunca los tuvo conmigo.

Por eso, cuando recibí la invitación para Noruega, primero la rechacé, pero ahora sabía que había llegado el momento de irme.

El día en que decidí marcharme me levanté temprano y empecé a ordenar mis cosas.

Guardé ropa, libros, cosméticos en la maleta y luego pasé a la sala, recogiendo las fotos y adornos.

Mi mirada se posó en ese portarretratos de cristal donde estaba la foto de Carlos y yo juntos. Era de nuestra boda: sonreíamos como si la felicidad fuera eterna. Pero ahora todo había cambiado.

Respiré hondo y lo arrojé al bote de basura.

Así era como terminaban cinco años de matrimonio.

Durante la semana siguiente me sumergí en la tesis y los experimentos, esperando que la demanda de divorcio surtiera efecto.

Esa rutina me resultaba extrañamente ligera.

Al salir del laboratorio, sonó mi celular. Era Carlos.

—Linda, ¿ya terminaste? Paso por ti. —Su voz era grave y tierna, como si nada hubiera ocurrido.

Me quedé helada por un momento, antes de asentir:

—Está bien.

Media hora después su carro se detuvo frente al edificio, y cuando me monté, él me miró de reojo.

—¿Has estado muy ocupada?

—Sí, los experimentos se han acumulado —contesté con frialdad.

Tenía que dejar todo listo antes de irme.

Carlos guardó silencio un momento y luego dijo:

—Quería avisarte que Olivia se mudará el próximo mes. Dice que no quiere molestarte.

Sorprendida, bajé la cabeza, y respondí:

—Ah, ¿sí? Dile que no importa, a mí no me molesta.

No esperaba esa respuesta de mí, por lo que me miró con asombro, con las palabras atrapadas en la garganta.

Yo cerré los ojos y fingí dormir.

Al día siguiente, como me sentía mal y mi periodo se había retrasado, decidí ir al hospital.

Tras los estudios, el médico me mostró el ultrasonido y, ajustándose los lentes, dijo:

—Tiene dos meses y medio de embarazo.

Me quedé muda.

Ese hijo debía ser fruto de la última vez que estuve con Carlos, antes de que Olivia regresara.

Aturdida, salí de la consulta y marqué su número, pero, en ese instante, lo vi entrando por la puerta del hospital, con Olivia caminando a su lado, envuelta en su abrigo.

Escuché al médico aconsejarle:

—Acaba de embarazarse, debe evitar esfuerzos.

¿Olivia también estaba embarazada?

Un intenso frío me recorrió de pies a cabeza.

Carlos me vio y se detuvo, sorprendido, luego avanzó rápido hacia mí:

—Linda, ¿qué haces aquí?

Un dolor insoportable me atravesó el pecho.

—Yo… —abrí la boca, pero las palabras no salieron.

«¿Debo decirle que estoy embarazada?», me pregunté.

Si Olivia y yo llevábamos un hijo suyo al mismo tiempo, ¿a quién elegiría? ¿A mí?

No, jamás. Entonces, ¿para qué contárselo?

—Linda, ¿vienes al hospital por algo? —insistió, preocupado.

—No… nada grave, solo unos dolores de cabeza —murmuré bajando la vista.

Extendió la mano hacia mí, pero la aparté con brusquedad, apretando el papel del ultrasonido y escondiéndolo en el fondo de la mochila.

—Tengo prisa, me voy.

Sin embargo, él me siguió.

—¡Linda, escúchame! Déjame explicarte.

—¡No me toques! —grité y eché a correr.

En ese momento Olivia lo sujetó con fuerza del brazo.

—¡Carlos! Me lo prometiste, no dejes que nadie se entere…

Carlos se quedó inmóvil, como paralizado, y sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo sin fuerza.

Yo ya no los miré más, sino que me limité a salir a la calle, donde el viento helado me golpeó el rostro como cuchillas.
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