Sus dedos rozaban el sello estampado en los papeles de divorcio, con los ojos llenos de estupor y remordimiento.
—¿Cómo pudo pasar…? ¿Cómo fui capaz de firmar esto…?
Olivia, a un lado, echó una mirada al documento con un gesto desdeñoso.
—Ya, Carlos, no te mortifiques. Linda solo está haciendo un berrinche. Tarde o temprano volverá de rodillas a suplicarte.
Al final, es una estudiante sin recursos. ¿Cómo podría renunciar tan fácil a un hombre como tú, su benefactor?
Carlos levantó la cabeza de golpe, con la furia ardiendo en los ojos.
—¡Cállate! ¡Ella es mi esposa!
De un empujón la apartó y salió a zancadas hacia la puerta.
Olivia tropezó y chocó contra un florero de cristal.
El florero se desplomó con estrépito, hecho añicos, igual que su matrimonio.
Carlos no miró atrás. Abrió la puerta y salió disparado, conduciendo directo a la universidad donde yo trabajaba.
En el camino, mi imagen lo devoraba por dentro.
Recién caía en cuenta de lo poco que sabía de mí.
Ni siquiera conocía la ub