Capítulo 10
Carlos y Cesar gritaron al mismo tiempo.

Pero Carlos fue más rápido: se lanzó hacia adelante y me sostuvo antes de que cayera.

—¿Qué haces? —rugió Cesar, intentando arrancarme de sus brazos.

Carlos me abrazó con firmeza, su mirada resuelta:

—Soy su esposo, tengo derecho a cuidarla.

En medio del caos, me llevaron al campamento médico.

Carlos se quedó a mi lado, sentado junto a la cama, calentando con cuidado un vaso de leche.

Probó la temperatura y luego acercó la pajilla a mis labios:

—Linda, toma un poco, te hará sentir mejor.

Acepté la pajilla y, al ver sus manos marcadas por cicatrices pero todavía tan tiernas, un torbellino de emociones me recorrió el pecho.

Esas manos fueron, alguna vez, mi mayor refugio.

Ahora, eran la herida más profunda de mi vida.

Bebí en silencio.

Él tampoco habló, solo me observaba.

En la tienda, lo único que se escuchaba era mi respiración y el calor de la leche.

Pasó un buen rato hasta que, con voz ronca, Carlos rompió el silencio:

—Linda, sé que todavía m
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