"Te voy a proteger, cueste lo que cueste."
Esa frase rebotó con fuerza dentro de mi mente, como una campana que no quería dejar de sonar. Por un instante, me anuló la razón, dejándome atrapada en el eco de su promesa. Y ahí estaba otra vez... ese impulso estúpido de rendirme. Porque si me entregaba por completo a él, sería mi perdición. Daylon era mi refugio en los peores momentos, la calma disfrazada de caos. Sus abrazos eran cálidos, seguros, distintos a cualquier otro... como si en su pecho existiera un espacio reservado solo para mí. Nadie me abrazaba con tantas ganas, con tanto cuidado.
Y aun así, lo supe. Siempre lo supe.
Esto nunca dejaría de ser la historia de una Lylah en apuros y un Daylon que intentaba resolverme emocionalmente, como si yo fuera un rompecabezas con piezas de cristal.
Me aparté de su abrazo con torpeza, como quien huye del abismo justo antes de caer.
—No lo hagas —le advertí, sin mirarlo a los ojos—. Eso sería cruzar la línea.
Él se quedó quieto. Me sostuvo