Salí directo hacia mi auto, resignada. Sabía perfectamente que ya había decidido por mí: asiento de copiloto, sin discusión.
Me dejé caer con un bufido exagerado. Quería adrenalina, pero lo único que me estaba dando era migraña emocional: Félix, mi madre, y ahora Daylon con esa actitud posesiva que me sacaba de quicio… y al mismo tiempo me tenía pensando demasiado.
Desde la ventana abierta lo observé junto a Félix afuera de la tienda. Ambos encendieron un cigarrillo. Daylon lo fumaba lento, casi provocador, mientras conversaban en voz baja.
Me sorprendí a mí misma observándolo. Su atuendo siempre impecable, el cabello desordenado de la manera justa, ese reloj de confianza que parecía un detalle mínimo y, aun así, lo hacía parecer intocable.
Suspiré. Ojalá no fuera tan frío conmigo. Pero tampoco quería caer más de la cuenta. Solo era un gusto… nada más.
La escena era absurda: dos hombres atractivos fumando bajo la luz tenue de la gasolinera, con sonrisas de lado, como si fueran enemigo