Le había abofeteado sin saber qué esperar, dudosa de su reacción y temiendo que eso apagara el momento... Pero resultó que a Adam le encantaban ese tipo de cosas. Durante la noche asesté en su guapo rostro tres bofetadas más, hasta pintarle en color rojo mis dedos en la mejilla, y él se encendió más que nunca.
—Te amo —me repitió entre caricias, cuando se zafó del cinturón y envolvió mi cuerpo desnudo en sus brazos—. Te amo con locura, Hannah.
Gemí sobre su pelvis y le dejé tomarme de la forma que quiso, arrancó su nombre de mis labios y me colmó de besos frenéticos. En cierto momento de la noche, descubrí mis propias manos atadas con su corbata y con mis brazos rodeando su cuello, para evitar que me alejara siquiera un milímetro de él.
Me besó, mordiéndome el labio y sonriendo ante mis ruborizadas mejillas, balanceándome encima de sus caderas en la silenciosa sala de la habitación.
—Qué bonita eres, amor —musitó y sembró un dulce beso en el hueco de mi garganta—. Tan bonita que no pu