Empapada en lluvia, terminé en la entrada de una enorme propiedad, de pie frente a unas gruesas rejas de metal que triplicaban mi altura, sostenidas por dos sólidos muros de roca, y que tenían un par de ojos rojos vigilantes, cámaras de seguridad a cada lado. Sentí como los ojos del taxista permanecían en mi un momento, llenos de curiosidad por ese viaje a esa zona tan cara de la ciudad, donde solo había mansiones y costosos autos en sus entradas.
Finalmente lo oí alejarse bajo la lluvia. Sostuve la tarjeta de Adam Baker un momento bajo mis ojos, dejando que se mojará mientras yo trataba de tomar valor. ¿Qué le diría al verlo? ¿Con que pretexto iba hasta su casa a esas horas de la noche?
Antes de poder llenarme de cobardía, sacudí la cabeza y pulsé el clásico timbre en el muro. No oí nada, el sonido viajó por un inmenso patio repleto de árboles, césped y rosales, hasta entrar en la majestuosa casa del otro lado. Construida mayormente de roca, pero modernizada con ventanas del tamaño de