Mis dedos temblorosos apretaron el vestido contra mi pecho con gran fuerza, mientras veía la puerta cerrarse en el otro extremo de la habitación.
Sin duda, yo era la mujer más estúpida del mundo, y no pude evitar derramar algunas lágrimas calientes, detestándome a mí misma más de lo que odiaba a Israel. Me temblaba el cuerpo y la sangre me hervía, pero me había paralizado ante la presencia de ese hombre.
En menos de un minuto, todo tipo de pensamientos envolvieron mi cabeza y me sofocaron. ¿Cómo había confiado en Israel, sabiendo el tipo despreciable que era? Ahora parecía tan obvio que debí negarme a que me llevara a casa desde el inicio, porque ese final hubiese sido predecible. Pero yo pecaba de ingenua o de tonta, mejor dicho.
Apreté los párpados y cerré con fuerza los dientes, ardiendo de ira por dentro, pero aún estremeciéndome. Las cosas que acababa de decirme hicieron que mi cabeza hirviera. Sus amenazas para que me callara todo lo que me había hecho, ¿iba a tomarlas en serio?