10. PIERDE LA RAZÓN
Imagino que es mi esposa quien llama a mi puerta. He estado esperando su visita desde que me mudé a vivir a otra casa, esperanzado a que ella sienta curiosidad de mí, si no interés. Pero cuando abro, a quien me encuentro es a Alexandra.
La miro en mi puerta y automáticamente contraigo la mirada.
—¿Qué haces aquí?
A pesar de lo que ha causado, me sonríe y me extiende un sobre amarillo.
—Solo quiero darte las gracias —me dice—. Por favor, Adam, no me corras aún. —Al ver que no me queda de otra, tomo aquel sobre.
Al abrirlo, veo que son sus estudios clínicos más recientes, y son prometedores. Ella está recuperándose; su salud está mejorando. Pero ya no me alegro por ella, en realidad, no me puede importar menos. Cierro el sobre y se lo devuelvo.
—¿Cómo diste con este domicilio?
Ella se alza de hombros y tiembla debido al clima frío del exterior.
—Le pregunté directamente a tu secretaria. Para ella, tú y yo aún somos amigos.
Ladea el rostro cuando yo no le respondo nada, y con curiosidad