CUANDO ME VAYA. CAPÍTULO 59. Amigos o enemigos
UN MES DESPUÉS
Kris abrió los ojos. Los abrió despacio en aquella habitación llena de luz, y todo lo que escuchó de fondo fueron gritos de voces conocidas, y los pasos incesantes de los médicos.
Veinticuatro horas después todavía estaba aturdido y adolorido, aunque ya le habían sacado todos aquellos tubos de la boca y un doctor había asegurado que estaría bien.
El dolor que sentía en el cuerpo ya no era punzante, pero sí era seco y extenso, como si una parte de él se hubiera convertido en piedra sólida y estuviera tratando de romperla cada vez que se movía.
El mundo seguía siendo un lugar demasiado oscuro a pesar de toda la luz que entraba por la ventana, hasta que ya no pudo seguir evadiendo la realidad a su alrededor.
—¿Dónde estamos? —preguntó y Chenko se apresuró a acercarse a su cama.
—Estamos en una clínica en Suiza. Ha pasado un tiempo —murmuró el hombre con un tono de tristeza y Kris apretó los labios intentando que los ojos no se le llenaran de lágrimas.
—¿Cuánto tiempo?
—Cas