Giselle tembló al ver la llegada de su jefe. Maximilian lucía bastante molesto, su expresión austera y su andar decidido enunciaba que algo lo inquietaba. Se preguntó qué podría estar pasándole y cómo podría ayudarlo, pero prefirió mantenerse al margen. La presión en la oficina crecía, y sin lugar a dudas, sería un día ajetreado para ella, lleno de exigencias y demandas por parte del millonario.
—Buenos días, señor Schneider. Ya tengo su agenda preparada y se la mostraré en este momento, si me lo permite —dijo Giselle, intentando sonar profesional a pesar de su nerviosismo.
Maximilian levantó la mirada y asintió con la cabeza. Aunque aún no pronunció una sola palabra, se sentó frente a su escritorio, tratando de encontrar un poco de calma. Sin embargo, la discusión que había tenido con Amelia seguía resonando en su mente, llenándolo de enojo. Le molestaba que ella actuara como si sus acciones no hubieran sido erróneas.
—¿Qué debería hacer? —se preguntó de pronto, sintiéndose devorado