Después de dejar a los niños en la habitación, prometiéndoles que ella misma les explicaría todo en un rato y que, por lo pronto, podían quedarse mirando una película o cualquier cosa en la televisión, salió y se dirigió nuevamente al comedor. Sin embargo, Maximilian ya no estaba allí.
Sentía un vacío en cada parte de su ser, como si la impotencia la abrumara. Había imaginado ser más cariñosa, usar un tacto suave y no soltar de golpe una verdad que podría afectar a los niños, algo que sería difícil de asimilar. Sabiendo que probablemente él ya estaría de camino a su trabajo, trató de tranquilizarse, pero en realidad, él no se había ido. Apareció con el teléfono a la oreja y la miró fijamente. Ella puso los ojos en blanco.
Maximilian terminó la llamada y se acercó tanto a Amelia que invadió su espacio personal. Ella sintió como si el oxígeno se escapara de sus pulmones. Intentó alejarse, pero él la sujetó por la cintura, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Maximilian, ¿por qué actúas as