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A la mujer le subió el pulso al colocarse en el puesto de piloto, mientras los niños estaban en la parte trasera del auto, asegurados en sus asientos. Al mirar por el retrovisor, resopló al darse cuenta de que el auto negro también comenzaría a moverse apenas ella arrancara. Eran dos de los hombres de Marcus quienes la vigilaban.

—Niños, quiero que la pasen bien en su primer día de escuela y que me cuenten cómo les ha ido a los tres —comenzó a decirles, mientras volvía a mirar por el espejo y luego se concentraba en la conducción.

A pesar del nerviosismo inicial, los niños estaban emocionados. Se despidieron de su madre sin problemas, a diferencia de otros pequeños que seguramente habrían llorado.

—¡No peleen, estudien mucho y pásenla bien! —les deseó.

Amelia miró nuevamente por el espejo retrovisor y vio el auto que la seguía a todas partes. Claramente, no tendría la oportunidad de ir a otro sitio o de fugarse.

—Maldita sea, si me están siguiendo todo el tiempo, será imposible poner
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