El resto de la tarde se le hizo eterna a Amelia. Se ocupó en varios pendientes, pero aún así no fue suficiente para sentir que el tiempo pasaba rápido; en realidad, era como si el tiempo transcurriera a paso de tortuga. Sonrió al darse cuenta de que finalmente podría volver a casa, aunque ese gesto no duró mucho al recordar que para ella, la casa era igual a una prisión.
Bufó. Se despidió de su asistente y de algunos empleados que se cruzaron en su camino hacia la salida. Al abordar su auto, respiró aliviada al notar que no la estaban siguiendo. Sin embargo, al unirse al tráfico, se dio cuenta de que, efectivamente, había un auto detrás de ella, eran esos tipos.
Al cabo de un rato, llegó a casa y se detuvo en seco al ver a Marcus hablando por teléfono.
—¡He dicho que obedezcas sin rechistar! Si eso es lo que te he ordenado, entonces hazlo y no me lleves la contraria, porque me voy a enfadar demasiado, y estoy seguro de que no quieres verme molesto, ¿verdad?
Colgó y se giró hacia ella,