Amelia entró a la habitación que ocuparía y no se apantalló, porque ya era lo que esperaba. Más lujo por doquier; tal vez aquella verdad que acababa de escuchar era aún más impactante que cualquier otra cosa. Dejó la maleta en la cama y buscó con sus ojos la entrada al baño, sabía que debía darse una ducha.
Mientras lo hacía, seguía pensando en lo irreal que era estar deambulando por allí sin saber qué sería de ella, y de pronto, en un lugar de ensueño, menos podía imaginar describir algo sobre su verdadero padre. Reflexionó en aquel asunto, cuando volvió a la cama. También pensó en Leonard y Camila. Pero no podía ignorar que su cabeza se enfocaba en él, en Maximilian y las veces que la llamó.
—¿Significa que se dio por vencido porque no me intentó llamar una tercera vez? —inquirió, mientras envolvía su cuerpo en una de esas toallas calientitas. Puso otra toalla en su cabeza en forma de turbante y se quedó hilvanando sobre sus propias ideas. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer co