Maximilian regresó a su oficina, la furia aún burbujeando bajo la superficie. Caminaba de un lado a otro, los puños apretados, la mente una tormenta de preguntas. ¿Quién había filtrado la noticia? ¿Quién lo había traicionado de esa manera? La lista de sospechosos era larga, pero un nombre, un nombre que había creído desterrado de su vida, apareció en su cabeza con la fuerza de un rayo—Emma. Su ex.
De seguro, esa mujer había vendido la historia. Pero—¿por qué ahora, después de tanto tiempo?
La pregunta lo carcomía. Sin dudarlo, tomó su teléfono y marcó. Al otro lado de la línea, Emma no vaciló. Su voz, fría y calculadora, admitió la traición.
—Sí, fui yo—dijo con una despreocupación escalofriante—. Me ofrecieron una gran suma de dinero por eso. No pude resistirme.
La confesión de Emma hizo que la ira de Maximilian se encendiera de nuevo, un fuego devorador que amenazaba con consumirlo. Quiso gritar, descargar toda su frustración sobre ella, pero justo en ese instante, el suave go