Amelia sentía su respiración entrecortada, como si un peso invisible aplastara su pecho, mientras los latidos de su corazón retumbaban con una ferocidad ensordecedora. La sensación de desmayo acechaba, pero se mantuvo erguida frente a él, aferrándose a la poca determinación que le quedaba.
Aunque los ojos de Maximilian destilaban odio, había una parte de ella que sabía que no se atrevería a apretar el gatillo. Era evidente que no lo haría.
Finalmente, con un suspiro pesado que parecía cargar todo el peso del mundo, Maximilian bajó el arma. Sin previo aviso, apresó la muñeca de Amelia, empujándola contra la fría y dura pared. Sus ojos se abrieron de par en par, atrapados en la profundidad de aquellos zafiros que la contemplaban con una dureza inexplicable. En ese instante, su corazón parecía ser desgarrado por la intensidad de su mirada; aunque luchaba por no dejar que las lágrimas asomaran, la sensación de vulnerabilidad se apoderó de ella.
—No voy a seguir tolerando esta actitud y c