Laura frunció el ceño, el gesto grabado en su rostro por la incredulidad. Había escuchado las palabras, sí, pero no lograba comprenderlas. Amelia había hablado en un idioma extranjero, uno que la mente de Laura no podía procesar, mucho menos traducir. Un escalofrío de alarma recorrió su espalda mientras su mirada se clavaba en la figura inerte. ¿Qué había dicho? ¿Y por qué en ese momento, con el teléfono de Amelia tirado a un lado y un aura de caos palpable en la habitación? La urgencia de la situación se apoderó de ella, eclipsando cualquier rastro de confusión.
Se arrodilló junto a Amelia, su voz suave, casi un susurro. —Amelia. Lo que has tenido es una pesadilla, ¿no es así?
Amelia, aún enredada en los hilos de la desorientación, parpadeó lentamente, sus ojos buscando los de Laura. Un asentimiento apenas perceptible escapó de sus labios, pero la inseguridad que danzaba en su mirada era un grito silencioso que Laura no pudo ignorar. El instinto le decía que algo estaba profundamente