Amelia regresó a su oficina con la mente en ebullición. Las imágenes de la pelirroja irrumpiendo en el despacho de Maximilian, la actitud descarada de esa mujer, se repetían una y otra vez en su cabeza. Algo la atravesaba, una punzada aguda que, aunque no quería admitirlo, reconocía como celos, de esos que duelen y queman. No podía evitar sentirse furiosa al no tener idea de quién era esa "abusadora" y por qué se sentía con el derecho de actuar de esa manera.
El pulso le latía con fuerza, una mezcla de indignación y una naciente inseguridad que la inquietaba profundamente.
Mientras tanto, dentro de la oficina, Emma se plantó frente a Maximilian, con la barbilla en alto.
—No quiero verte aquí, Emma —expresó Maximilian, su voz gélida, sin rastro de afecto.
—Necesito dinero, Maximilian —insistió ella, sus ojos fijos en él—. Me iré tan pronto como me lo des.
Maximilian soltó una carcajada amarga. La audacia de ella, presentándose como si nada después de tanto tiempo, pidiendo dinero con