—No debiste de traer al niño sin avisarme —regañó a la niñera cuando estuvieron finalmente a solas.
—Lo siento, señora. Me preocupé. No sabía que…
—Debiste llamarme, yo te hubiera indicado qué hacer —siguió, aunque sabía que en el fondo no era su culpa. Pero se sentía tan frustrada consigo misma.
La mujer bajó la cabeza, arrepentida. Afortunadamente, el malestar del pequeño Liam solamente había sido a causa de una indigestión pasajera.
—Regresa a casa —ordenó, antes de girarse y llenar de besitos a su bebé.
Sofía sentía un peso enorme sobre sus hombros. Las mentiras pensaban demasiado. Pero aun así, no podía permitir que todo se fuera a la basura. Necesitaba hablar con Ismael e impedir que hiciera una locura.
Salió del hospital y se dirigió a la casa del hombre. Había renunciado en medio de un arrebato, tampoco le contestaba las llamadas telefónicas. Necesitaba hacerlo entrar en razón. Explicarle sus motivaciones.
Tocó el timbre del departamento con insistencia, pero nadie le atendi