Una o tres veces al día se entregaban a la pasión. Cada vez que se veían, saltaban encima del otro en medio de besos y caricias que desencadenaban otra cosa. Pero ninguno de los dos se quejaba, no, era la mejor parte de su día a día.
Regina se había reincorporado en la empresa y se había adaptado rápidamente. Conocía el negocio a la perfección, por lo cual adaptarse no le genera ningún tipo de problema. Por el contrario, se sentía muy motivada y con ideas nuevas.
Su esposo atendía atentamente a cada una de sus sugerencias innovadoras, las cuales estaban a punto de abrirle una nueva era a la compañía. Esta era prometía cosas mucho mejores que los años pasados.
Todo estaba marchando a la perfección en esos tres meses de matrimonio, demasiado bien en realidad, hasta que Regina tuvo que interrumpir una reunión debido a un fuerte dolor abdominal que la hizo retorcerse.
—Lo siento, yo no… —balbuceó, mientras sus ojos se dirigían a su entrepierna, la cual estaba manchada con un líquido ro