—Es cierto —respondió con frialdad, sin dejar lugar a la duda.
—Regina, yo no sabía…
—Mientras tú estabas con tu amiga, yo estaba sola en un hospital, perdiendo a nuestro hijo —lo interrumpió con su voz cargada de frialdad y resentimiento. No quería escuchar sus estúpidas justificaciones.
El dolor que sentía Nicolás era profundo, se sentía como un imbécil, un idiota que había hecho la peor elección de su vida. Lo último que hubiese querido era que Regina pasara por algo así y estando sola.
—¿Cómo pasó? ¿Por qué no me dijiste nada? —Trató de entender por qué a estas alturas no lo había sabido. Se suponía que era su esposo y debería estar al tanto de algo tan delicado.
—¡Te lo acabo de decir, idiota! —le gritó fuera de sí—. Mi médico te llamó repetidamente hasta que le dije que desistiera, porque era evidente que no tienes tiempo para mí. Lo peor era que viste el cambio en mi actitud, pero todo lo atribuiste a unos supuestos celos. Me trataste de una manera que no me merecía, ¿y ahora