Regina observó el auto partir y se sintió tan desolada. Se dio la vuelta y salió corriendo al interior de la casa, subió las escaleras, escalón por escalón y entró a su habitación, sintiendo el corazón apretado.
Se dejó caer en la cama con el cuerpo temblando, y las lágrimas brotaron sin control, empapando por completo la almohada con su llanto.
Le dolía.
Le dolía profundamente la forma en que Nicolás la había tratado, la frialdad de sus palabras, su incredulidad.
Sabía que Alicia estaba enferma, sí, pero eso no era motivo suficiente para que le hablara de esa manera a su esposa, para que la acusara de celos sin detenerse por un momento a pensar si verdaderamente mentía o no.
Pasó las siguientes horas llorando, odiándose a sí misma por el hecho de sentirse tan sentimental y vulnerable.
¿En dónde había quedado la mujer aguerrida que había jurado poner a todo el mundo a sus pies? Parecía que ya no quedaban rastros.
Pero eran tantas cosas. Sentía que todo se unía para venírsele encima