Cuando Regina abrió los ojos esa mañana, luego de la discusión que había mantenido con Nicolás la noche anterior, se encontró con el hombre sentado al borde de la cama.
—¿Cuándo…?
Cuando llegaste, había querido preguntarle, pero las palabras se atascaron en su garganta cuando se percató del oso de peluche que sostenía entre sus manos. Era un oso grande y de un suave color crema, con una pequeña camiseta que llevaba bordada la palabra "Perdón" en hilo azul.
Era un bonito detalle, debía de reconocer, y el alivio la recorrió entera. La imagen de él allí, esperando, con ese gesto tan lindo, era lo único que necesitaba después de la noche de angustia que había pasado.
—Lo siento mucho, Regina —le dijo con la voz ronca y cargada de remordimiento.
Extendió el oso hacia ella y lo tomó; sus dedos rozaron los de él. Sus ojos, aún enrojecidos, buscaron una respuesta a la pregunta que le había atormentado durante toda la noche.
—¿Me crees, Nicolás? —susurró con esperanza, con el deseo de que su r