Nicolás no pudo evitar sentirse como un burro.
Desde esa noche, sentía que las cosas habían cambiado.
Regina se mostraba comprensiva, sí, pero no dejaba de notar cierta tristeza en su mirada.
Había tratado de aclararles sus sentimientos, de decirle que el problema no era ella, sino él y su maldito orgullo.
Se había pasado toda su vida odiando a los Stirling, así que la idea procrear con una de ellos era difícil de tolerar.
Pero no imposible.
Tarde o temprano sucedería.
Únicamente necesitaba prepararse ante la idea. Solo eso.
—Hola, Alicia, ¿cómo estás hoy? —preguntó a través de la llamada telefónica que estaba acabando de realizar. Aquella rutina se repetía todos los días. En un inicio le había costado mucho conseguir que le atendiera el teléfono, pero luego de que lo hizo, Alicia se mostró como la misma de siempre: dulce y angelical.
—Mal, Nicolás. Muy mal —su voz sonaba débil y no era para menos, su enfermedad estaba haciendo estragos en su ser—. Me duele todo. Y... y creo que voy a