Nicolás llegó al departamento que compartía con Alicia, luego de su llamada, de aquella llamada que lo había dejado visiblemente perturbado, puesto que la voz de la mujer se escuchaba bastante extraña. Al abrir la puerta, lo primero que percibió fue el ligero olor a sal y el tenue rastro de sangre que iba desde la entrada hasta la cocina. Siguiendo el rastro con pasos ansiosos, la encontró en el suelo de la cocina, acurrucada junto a un charco de cristales rotos y gránulos de sal. Su mano, extendida sobre el azulejo blanco, sangraba sin control.
—¿Qué sucedió? —preguntó alarmado, arrodillándose a su lado y escaneando su rostro con rapidez.
—Se... se me cayó el tarro de sal mientras cocinaba —lo miró ella apenas, sus ojos grandes y húmedos, producto de las lágrimas—. Y mientras intentaba recogerlo, me corté —señaló a la herida en su mano, la cual mostraba un corte profundo y limpio en la palma.
—Vamos a curar eso —le dijo levantándola del suelo, sintiendo su peso liviano y tembloroso e