El recuerdo obsesivo de Regina marchándose con Ismael no dejaba de atormentarlo. Cada vez que cerraba los ojos, veía nuevamente esas manos entrelazadas, esas miradas cómplices, esa relación que ansiaba con todas sus fuerzas destruir.
Sabía que Alicia lo esperaba en el departamento, sabía que ella no se merecía su confusión ni mucho menos el hecho de que sintiera esta furia y este resentimiento producto de los celos que experimentaba por alguien más. Por otra mujer que no era ella, la persona que se suponía debería de amar.
Así que sus pasos lo llevaron, casi que por inercia, a un bar oscuro y ruidoso. No tenía idea del nombre y tampoco le importaba en ese momento.
Se dejó caer en un taburete en la barra y pidió el primer trago, luego el segundo y un tercero, hasta que simplemente perdió la cuenta. Cada sorbo era un intento de apagar el incendio en su pecho, pero solo servía para avivarlo más y más.
Aquello no estaba sirviendo de nada. La ira seguía tan viva como horas antes y necesi