No podía procesar lo que pasaba. Todo se movía a una velocidad brutal. Nicolás, con un gruñido gutural, se había abalanzado sobre Ismael. Su puño impactó sobre el labio del hombre, abriéndolo de inmediato y haciéndolo tambalear. La sangre comenzó a brotar de la herida.
—¡Basta! ¡Deténganse!
Sus manos se movieron más rápido que su mente, tratando de intervenir, tratando de separarlos, pero era inútil.
Los hombres estaban, cegados por la rabia, estaban inmersos en su violencia con golpes y empujones.
Ismael le devolvió el puñetazo a Nicolás, haciéndolo tropezar. Y este, en respuesta, arremetió con un gancho que Ismael esquivó por poco, solo para luego recibir un rodillazo en el abdomen que le sacó el aire.
Regina gritó de nuevo, esta vez más fuerte, pero sus gritos no podían ayudar en nada. Eran completamente inútiles.
La pelea estaba llena de puños, insultos ahogados y la respiración jadeante de dos hombres consumidos por motivaciones opuestas: la protección y los celos.
Aun así t