Una risa amarga brotó de su garganta.
El sonido era ronco y cargado de incredulidad.
Aunque a estas alturas ya nada debería de sorprenderle.
Nicolás había sido el artífice de su tragedia. El único culpable de todo lo que le había pasado. Pero el problema era que no tenía pruebas. No tenía manera de demostrarle al mundo la clase de hombre que era Nicolás Davies.
Un frío desolador recorrió su cuerpo, un frío que nada tenía que ver con la temperatura de la habitación, sino con la verdad que había descubierto. Nicolás no solo había provocado el accidente, sino que lo había hecho con una única y aterradora intención: que ella fuera la víctima. Que ella fuera la que muriera, la que quedara sumida en la oscuridad para siempre, mientras él, salía ileso e interpretaba el papel de esposo afligido por la muerte de su esposa.
Aunque su plan no había salido a la perfección como esperaba.
No, su plan tuvo un error. Uno importante.
Porque primero no había resultado muerta y, segundo, despertó del co