Regina terminó su discurso con una sensación de estremecimiento. Había dado todo de sí, había cuidado cada palabra y se había mostrado lo más segura y firme posible. Pero aun así, las miradas no eran para nada alentadoras.
Frente a ella, cinco hombres con trajes impecables la observaban con escepticismo, como si no fuera más que una pérdida de tiempo en sus apretadas agendas. Y ella comenzaba a sentirse justo así, porque ya sabía lo que venía a continuación; lo había estado escuchando demasiadas veces últimamente.
Aun así, se obligó a mantenerse firme.
—Señor Márquez, agradezco su tiempo. Estoy convencida de que mi plan de recuperación puede ofrecerle buenos ingresos —le dijo con determinación, extendiéndole la mano en un saludo que el hombre no contestó.
Se trataba de un individuo de cabello canoso que dejó escapar una breve carcajada como si su existencia en sí misma no fuera más que un simple chiste.
Regina estuvo a punto de preguntarle qué era lo que le parecía tan gracios