Las manos de Nicolás se deslizaron con lentitud por su cuerpo en una caricia provocativa que buscaba despertar todo su deseo.
Regina gimió, extasiada.
El sonido fue dulce y placentero, llenando el espacio con la seductora melodía.
Nicolás, alentado por sus jadeos, presionó y acarició más buscando complacerla.
—Oh, Nicolás —gimió ella y el hombre gruñó contra su cuello, dejando allí un beso ardiente que le hizo estremecer de pie a cabeza.
La erección de su esposo creció, estaba dura, parecía un pedazo de piedra contra su trasero y esto la hizo sentirse valiente y decidida.
Regina se giró, mirando directamente a los ojos grises de ese mentiroso que tenía por esposo. Él tenía los ojos entrecerrados, evidentemente excitado, y ella sonrió antes de tomar su miembro entre sus pequeñas manos.
Sin duda, su esposo pensaba que la tenía completamente dispuesta, que justo en ese instante se arrodillaría a sus pies y lo complacería. Sin embargo, lo que no sabía, era que su plan era mucho más