Regina bufó.
Sus labios a punto de remedar las palabras de Nicolás.
¿En serio pensaba que iba a poder casarse con esa mujer?
«¡Qué tonto era!», pensó viéndolo marchar en compañía de Alicia.
El hombre caminaba con pasos largos y furiosos, mientras sus hombros se mostraban tan rígidos que parecían dos pedazos de metal. A su lado, iba su amante tan pegada a él que parecía una sanguijuela invasiva.
Sintió una especie de malestar invadirla al observarlos, Alicia no perdía oportunidad de rozar su mano con la de Nicolás, al tiempo en que hacía su teatro de llanto incontrolado.
Ridícula.
Regina rodó los ojos, sintiéndose repentinamente molesta, ¿por qué esa imagen le disgustaba tanto?
A pesar de que Nicolás parecía ignorarla en esos instantes, esto no cambiaba la realidad de su situación: estaba casada con un hombre que amaba a otra mujer.
Y así, se quedó mirándolos como una acosadora, hasta que afortunadamente desaparecieron al doblar la esquina del pasillo del juzgado.
Para ese mome