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¿Y cómo es tener un toy boy?

Pues si es como el mío, es estupendo. Un morenazo con un torso esculpido a cincel, digno de Miguel Ángel. Bronceado, perfectamente pulido y depilado. Hasta me aseguré de estar depilada yo también; imagínate acostarte con un hombre más depilado que tú. Brazos musculosos, hombros anchos, un pecho escultural… Tampoco iba mal armado. Digamos que el chico era físicamente perfecto. Físicamente.

¿Cómo describir el sexo con él? Bien. Muy bien. Pero solo eso. Yo juraría que con ese cuerpazo labrado a base de gimnasio sería una máquina en la cama. Y, con algo de instrucción, era efectivo. Pero desde el primer momento tuve que llevar yo la voz cantante si quería asegurarme mi propio placer. El chico aprendía y mejoraba a marchas forzadas —voy a ser sincera—, pero todo era tan mecanizado, como si estuviera haciendo su tabla de ejercicios. Cumplía con todo, sí, pero no había ni una pizca de pasión, ni de creatividad.

¿La relación? Ah, ese es otro tema. ¿Qué relación?

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