Dos semanas después de volver a la casa de Théo, Maia y Lis se preparaban para un paseo por el jardín por la mañana, algo que les gustaba hacer todos los días. Théo había salido temprano para resolver algunos asuntos pendientes y había prometido volver pronto.
—Con permiso, señora. —Una empleada de la casa se acercó a Maia.
—Sí. —ella respondió.
—Hay un hombre en la puerta que insiste en querer hablar con usted.
—¿Él, por casualidad, dijo quién era?
—Sí, se llama Tiago y dijo ser el padre de la pequeña Lis.
Al oír el nombre del ex, Maia sintió que sus nervios se alteraban; no imaginaba qué estaba haciendo aquel sujeto allí.
—Está bien, puede dejarlo entrar, lo recibiré aquí mismo en el jardín.
La empleada se fue y Maia pidió que Júlia llevara a la hija para dentro de la casa, no quería que los dos se vieran. Esa decisión no era porque Tiago no debiera ver a la hija, sino porque él no se importaba con ella. El único pensamiento de Maia, en ese momento, era resguardar a la niña, que pod