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Una claridad golpeó los ojos del hombre, que estaba acostado y aún se sentía muy somnoliento.

Muy despacio, todavía asimilando dónde estaba, Théo abrió los ojos y notó que no estaba en el cuarto de su casa.

—¿Qué mierda es esta? —susurró.

Levantándose de una vez, percibió que aún estaba en el apartamento de Andreza. Su cabeza estaba a mil. Sentía tanto dolor que ni se dio cuenta de que estaba desnudo. Cuando se levantó con mucho esfuerzo, fue que pudo ver su reflejo en el espejo.

—¿Qué pasó? —susurró confuso.

Mirando alrededor del cuarto, notó que estaba solo, entonces comenzó a caminar y a llamar por Andreza.

—¡Andreza, Andreza! —Gritaba nervioso, pero no encontró a la mujer en ningún lugar de la casa.

Volviendo al cuarto, tomó su ropa y comenzó a vestirse; luego buscó su celular y vio que eran las once de la mañana. Pensó que había tardado demasiado, ya que le había prometido a Maia que volvería pronto. Sin embargo, el hecho de haber dormido y despertado de aquel modo lo hizo dudar
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