Dejando de lado toda la idea de esperarlo llegar, o intentar pensar que todo no pasaba de un engaño, Maia arregló sus pocas cosas en una maleta y fue al cuarto de su hija. Al llegar allí, vio a la pequeña durmiendo como un angelito y no pudo evitar sentir un apretón en el pecho. Era injusto lo que iba a hacer, ya que la niña estaba viviendo días de paz y tranquilidad mientras se recuperaba. Lis tampoco se cansaba de decir que le gustaba aquella casa y su nuevo cuarto.
—Voy a prepararte un cuarto hermoso cuando encontremos una nueva casa. —Susurró.
Maia abrió el armario de la niña, colocando todas sus pertenencias. No quería llevar muchas cosas, ya que ni siquiera sabía adónde iría, y con una niña en el brazo, también sería muy difícil moverse.
Viendo que todo estaba arreglado, tomó los papeles que Joaquim le había dado y fue hasta el cuarto del hombre, llamando a la puerta.
—¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó Joaquim, poniendo cara de desentendido.
—No finja que no sabe lo que v