Aunque se hubiera acostado, Maia ya no había pegado el ojo; seguía intentando imaginar cuál sería la reacción de él y qué haría al ver el mensaje en aquel celular.
Con los ojos cerrados, le pedía a Dios que Théo no la lastimara más de lo que ya se sentía lastimada.
Pronto, el sol salió. Théo empezó a moverse a su lado, demostrando que estaba comenzando a despertarse; ella fingió que también estaba despertando.
—Buenos días. —Él la abrazó fuertemente, besándole el cuello. —Pensé que había soñado lo de anoche, qué bueno que estás aquí, bien a mi lado, te juro que no sabría cómo lidiar si todo lo que viví ayer no pasara de un sueño.
—No seas tonto, hablando de ese modo haces que imagine que todo fue especial para ti. —Ella intentaba confrontarlo de un modo discreto. Quería saber qué pensaba él aquella mañana.
Él la giró para que sus ojos se encontraran.
—Y lo fue, puedes estar segura. No quiero salir nunca más de esta cama, así que por favor, no te levantes tampoco, quédate conmigo hasta