El restaurante que había reservado para cenar con Maia quedaba en la azotea de uno de los edificios más altos de la ciudad; coincidencia o no, el edificio pertenecía a uno de los hoteles que más le gustaba frecuentar cuando quería salir de la rutina con alguna de sus amantes.
En su mente, si todo salía bien esa noche, ya la llevaría a una de las suites que más le gustaban y allí consumaría de una vez el deseo loco e incontrolable que sentía por ella. Pero sabía que, para realizar su deseo, tendría que ser comprensivo, evitando palabras malinterpretadas. Su plan tenía que salir bien; ya no podía seguir durmiendo con aquella mujer, invadiendo sus pensamientos todas las noches.
Mientras Théo maquinaba el mal en su mente, Maia observaba el lugar donde estaba. Jamás en su vida pensaría que frecuentaría un ambiente como aquel o tendría una vista tan hermosa de la ciudad así, ante sus ojos.
—¿Qué te pareció el lugar? —preguntó Théo, mientras el camarero servía una copa de vino.
—Ni siquiera